Skip to main content

Homilía del arzobispo de Santiago, Julián Barrio, con motivo de la ordenación de diáconos

Por eso nuestra primera actitud íntima, cordial, sincera es de agradecimiento a Dios, de quien proceden todos los dones. Le agradecemos la semilla de la vocación al ministerio sacerdotal que ha puesto en el corazón de nuestros hermanos, y todo el trabajo callado, intenso, secreto que ha ido realizando la gracia para hacer germinar y fructificar este don: El Señor nos destinó desde el vientre de la madre y nos llamó por su gracia para revelar a su Hijo y predicarlo entre las gentes. Gracias a vuestra familia de sangre y a todas aquellas personas que os han acompañado en el proceso vocacional porque esa colaboración ha contribuido a mantener la fidelidad a la vocación con que el Señor te amó. Y este reconocimiento se convierte también en felicitación a todos pero de manera especial a vosotros en este día de gozo y de esperanza.
Son esperanzadoras las palabras que acabamos de escuchar. Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo. Esta es la riqueza de la Iglesia que es la madre que nos alimenta. Ella no tiene más consuelo para sus hijos que el que le ha sido dado por Dios en la cruz de Cristo donde su amor se ha convertido en algo definitivamente tangible para el mundo; sólo a partir de ella puede hacerse derivar hacia la Iglesia y a través de ella hacia el mundo la paz como un torrente en crecida. Mirad que os envío como corderos en medio de lobos: Anunciar el mensaje del Evangelio comporta desprendernos de nosotros mismos y de todo apoyo material, poniendo la confianza en la fuerza de Dios y caminando en su nombre; comporta ser portador de paz que no siempre será aceptada y que nunca debe imponerse por la fuerza. Tened en cuenta que el que tiene el Espíritu de Cristo, es de Cristo, y el mundo no puede entenderlo: Los secretos de Dios nadie puede conocerlos sino el Espíritu de Dios... Nosotros lo hemos recibido para conocer todo lo que Dios nos ha dado. El cristiano clava en la cruz los criterios de felicidad mundana y se clava a si mismo para sentirse servidor de la comunidad. San Pablo nos dice: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. La aparente derrota se mostrará una verdadera victoria, al llevar en nuestro cuerpo las marcas de Jesús. En este horizonte, Jesús nos habla de la urgencia de la Evangelización: La mies es mucha y los obreros pocos, subrayando la dimensión sobrenatural y gratuita de la empresa: Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies. La única arma de los discípulos es su misión. No deben alegrarse o entristecerse por el éxito o el fracaso. El éxito no está incluido en la misión. El verdadero éxito se encuentra únicamente en el Señor de las misiones que mediante su cruz ha expulsado a Satanás del cielo. Esta certeza debe bastarles a los enviados como consuelo.
Queridos candidatos al Diaconado, como enviado del Señor, hoy os comprometéis ante la comunidad a vivir una vida célibe durante toda vuestra vida. Obligación gozosa que os llevará a construir un santuario dentro de vuestra alma en el que sólo quepa Dios y con él todos los hombres como hermanos. Haced en vosotros un santuario de soledades y plenitudes, de fidelidad y connaturalidad, vigilando las veleidades del corazón. Os comprometéis a ser portavoces de la Iglesia y del mundo en el rezo de la Liturgia de las Horas, prestando vuestra voz a toda la creación e interpretando esta partitura hermosa que es la sinfonía de toda la creación como alabanza a Dios. San Policarpo exhorta a los diáconos, ministros de la Iglesia de Dios, a ser sobrios en todo, misericordiosos, celosos, inspirados en su conducta por la verdad del Señor que se ha hecho siervo de todos.
Pero el día de hoy no es sólo de obligaciones sino de dones y de gracias. Este compromiso libremente aceptado ha de configurar de modo singular vuestro estilo de vida. Vais a ser animadores del servicio, de la diaconía de la Iglesia, signo o sacramento del mismo Cristo Jesús que no vino a ser servido sino a servir. Toda la espiritualidad del diácono es la del servicio que está llamado a animar y a promover en la Iglesia y en el mundo. No podemos darle sólo una dimensión puramente social a este servicio. La diaconía es una participación de la actitud de Cristo, el siervo humilde y paciente que toma sobre si mismo el pecado y la miseria humana, que se inclina sobre la necesidad concreta, que se inmola hasta dar la vida testimoniando su amor hasta el signo supremo: dar la vida. Todo lo que sois habéis de serlo para los demás día y noche, mañana y tarde, en cualquier momento.
Anunciadores da Boa Nova, servidores do Altar e ministros da Caridade, tedes que considerar que ninguén pode servir a dous señores, que a vosa vida debe significarse pola bondade e que en todo intre habedes ser servidores do Evanxeo e administradores dos bens de Deus, e a un administrador o que se lle pide é que sexa fiel. As vosas verbas e obras no exercicio do ministerio diaconal realízanse e pronúncianse en nome de Cristo. Convértense en fonte de gracia para invitar con eficacia á Igrexa a segui-las pegadas de Cristo servidor. O proclama-la Palabra de Deus, distribuí-la Eucaristía e gasta-la vida en obras de caridade, motivaravos a promove-las ocasións de encontro, de diálogo, de comuñón entre Deus e os homes entre sí; levaravos a descubri-las necesidades de cada persoa, da comunidade eclesial e da sociedade humana, discernindo en todo momento os carismas dos que poidan brota-los servicios adecuados. O servicio cristián coma expresión do amor de Cristo atopa a súa fonte na Eucaristía, onde Cristo está presente coma amor. A gracia do diaconado consiste en promove-lo servicio, que é o exercicio concreto do amor, e o diácono, coma distribuidor da Eucaristía, está chamado a ser signo de que a fonte de gracia da diaconía cristiá atópase na Eucaristía. O noso compromiso evanxelizador líbranos do egoísmo para dirixi-la atención ós demais nesa búsqueda constante e afectuosa das necesidades concretas e sempre novas das persoas e da sociedade. Servir non é dar algo senón, sobre todo, darse, alegrándose co que se alegra e chorando co que chora. Ninguén ten maior amor que este de da-la vida polos demais. Comparto a vosa ledicia e a de tódolos que hoxe vos acompañan coa súa presencia física e espiritual. Dade gracias a Deus porque vos chamou a este momento e lembrade que cando recibáde-la imposición das miñas mans, caladamente resoarán neste Igrexa as verbas dos Apóstolos: Nós continuaremos adicados á oración e ó servicio da Palabra. Vosoutros servide con amor e ledicia a Deus e ós home. Que a Virxe María, Santiago Apóstolo e tódolos santos vos axuden a ser fieis ó ministerio que ides recibir.
Secretaría de Medios de Comunicación Arzobispado de Santiago