Skip to main content

Monseñor Julián Barrio clausura el XXVII curso regional de Pastoral de la Salud animando a los profesionales a mirar el futuro con esperanza. Homilía de Monseñor Julián Barrio, Arzobispo de Santiago

Acompañado en la clausura por el conselleiro de Sanidade, el alcalde de Poio, el decano de la facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de A Coruña, la delegada de Sanidade de Pontevedra y la delegada episcopal de Pastoral de la Salud, el Arzobispo compostelano manifestó el gozo y la satisfacción por este curso, “en el que hemos apreciado que la caridad política, la caridad terapéutica y la caridad pastoral una vez más han salido al encuentro del hombre que vive su vida y también vive su muerte”. Para Monseñor Barrio, en la actual existe un horizonte de esperanza que debe dar ánimo para seguir afrontando esta realidad hermosa que tantas veces la Iglesia ha repetido: “el hombre es el único camino que nosotros tenemos que recorrer”.

“Es un camino que tenemos que recorrer con Él y para Él, en el que todo punto de llegada es un punto de partida. En este ámbito de la pastoral de la salud nos damos cuenta de que sabemos a donde hemos llegado pero no sabemos hasta dónde podemos llegar. Y esto es motivo de esperanza, si este proceso y este progreso lo sabemos acompañar desde la defensa de la dignidad humana”, indicó. Monseñor Barrio agradeció la colaboración con la Universidad de A Coruña y afirmó que se presenta como una perspectiva muy abierta al futuro, tras la concesión de 2 créditos de libre configuración por la asistencia al curso, titulado “Los profesionales. Los necesitamos. Nos necesitan”. Por último, el arzobispo de Santiago terminó la clausura con un proverbio oriental: “Las victorias de ayer ya son menos importantes que los proyectos del mañana”.

Homilía Monseñor Julián Barrio,
Arzobispo de Santiago

¡Bienvenidos a esta celebración! ¡Paz a vosotros con todo agradecimiento por vuestra vida generosamente entregada en la pastoral de la salud!
El tiempo de Pascua es ocasión de felicitación para los rescatados por Cristo a la vida. Pero este domingo de manera especial quiero felicitar a quienes se dedican a la pastoral de la salud y que miran a Cristo Buen Pastor, adoptando sus actitudes pastorales. Cristo es el Mesías enviado por Dios que nos ha salvado con su muerte y resurrección y ha sido constituido Señor de todo lo creado: “Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestra vidas”. Ahora debemos caminar tras sus huellas, aunque muchas veces sean de sufrimiento. “Yo soy la puerta de las ovejas”, dice Jesús. Es la puerta por la que llega la salvación de Dios a los hombres y por la que los hombres entran en la salvación de Dios y encuentran la libertad prometida. El da la vida por sus ovejas, las conoce por su nombre, le siguen, “lo necesitan y las necesita” porque “ha venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Se nos exhorta a entrar por esa puerta salvadora a través de la conversión.
En esta perspectiva quiero leer vuestra realidad. Traéis entre manos la difícil y abnegada tarea del cuidado de la salud, mirando a Cristo que, haciéndose uno como nosotros, cargó con todas las consecuencias de la condición humana, excepto el pecado, y pasó curando a los que estaban afectados por enfermedades espirituales y físicas.
Nada más lejos de la verdad pensar que los actuales avances de la ciencia y de la técnica tienen que alcanzarse en contraposición con el cristianismo. ¡Todo lo contrario! No se trata de baratear las luces de la razón sino de contar con la fe al salir al encuentro de la fragilidad propia de la condición antropológica. “El hombre parece fuerte y poderoso pero tiene siempre una zona del alma de cristal, tierna y quebradiza”. De ahí nuestra responsabilidad en las relaciones con el prójimo. “No se quebrarían nuestras almas si por su interior pasaran sólidos hilos de ideal, de entusiasmo, de ganas de hacer algo, que nos sostuvieran a pesar de ser, como somos y seremos siempre, tan quebradizos”.
Para el profesional de la salud el enfermo no es solamente un simple cliente sino una persona necesitada de ayuda sanitaria. El médico es “custodio y servidor de la vida humana”. En este sentido, la actividad médico-sanitaria se explicita en dos dimensiones: la confianza y la conciencia. El paciente que más allá de ser un caso clínico, es una persona enferma en su situación concreta, se confía a otra persona que se puede hacer cargo de su situación para curarle. El profesional de la salud es el buen samaritano, el buen pastor que lleva al enfermo sobre sus hombros con su saber, su comprensión, su simpatía, y su caridad. Vive también la experiencia de la enfermedad y de la vulnerabilidad en su vida, y también se ve inmerso en la problemática del sentido de la existencia humana.
De la paradoja entre la grandeza y la limitación del hombre surgen no pocos interrogantes. Siempre es necesario descalzarse ante la tierra sagrada del dolor en la que hay que sembrar también la semilla de la felicidad. Una persona que se sabe aceptada y comprendida por los demás, que a pesar de su fragilidad es valorada y querida, y que recibe los denarios de nuestra solicitud fraterna, encuentra respuesta a los enigmas que le presentan los caminos entrecruzados de la propia existencia. Un profesional de la salud, que se preocupa por sus pacientes ofreciéndoles su solidaridad, ciencia, comprensión y bondad, sabe muy bien para quién vive. Y una vida está plena de sentido cuando el hombre es capaz de amar.
“El desarrollo de la ciencia y de la técnica no exime a la humanidad de plantearse los interrogantes religiosos fundamentales, sino que más bien la estimula a afrontar las luchas más dolorosas y decisivas como son las del corazón y de la ciencia moral”. Si el amor es el sentido de nuestras vidas, entonces comprendemos también que una persona que jamás se ha sentido amada, fácilmente pierde la confianza en sí misma, en los demás e incluso en el mismo Dios. Nuestra vida da vida si conseguimos mantenernos abiertos a los demás, sobre todo cuando el dolor y el sufrimiento transparentes como el vidrio limpio y frágil se reflejan en los enfermos quienes como un arco tenso lanzan la flecha de la pregunta sin palabras que busca la diana de una respuesta. Cristo “muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida”. La muerte no le quita sentido a la vida. Tanto en la vida como en la muerte Dios sigue preguntando por nosotros porque nos ama y este amor da sentido. La gloria de Dios es el hombre viviente.
El Buen Pastor reparte a manos llenas el alimento de la vida en este banquete de la Eucaristía, sentándonos a todos por igual en su mesa, formando entre todos comunidad fraterna sin distinciones y llamándonos a todos a participar de su misión pastoral. “¡Dichosos los invitados a la mesa del Señor!”

Arzobispado de Santiago de Compostela